Adivina adivinador, pobre del consumidor

Se abre el telón. Aparece una conversación entre un cajero de una tienda española en Santo Domingo y una clienta (yo).

Empleado: Joven, -para que lo sepa-, el precio de esta blusa en realidad es 200 pesos más que lo que dice la etiqueta.

Yo: (Ah, gracias por el “favor” de advertírmelo después de haberla facturado) Bueno, imagínate, ¿qué se va a hacer?, ya cóbrala… pero en realidad los del error son ustedes y deberían cobrármela al precio más bajo, que es el que dice la etiqueta.

Empleado: Sí, pero es que algunas de las nuevas mercancías tuvieron un problemita, y en el sistema, que viene de España así, es así que me registra el precio y no lo puedo cambiar.

Yo: Sí, pero te aseguro que si fuera en España, ese problemita se solucionaría a mi favor, pero como es aquí, que Ustedes no respetan al consumidor…

Empleado: Eh…

Se cierra el telón.

Se abre el telón nuevamente y aparece una conversación entre una clienta (yo otra vez) y la “encargada” de la Óptica Félix de la Lincoln. Para ambientar les digo que fui a reclamar porque hacía apenas tres meses había comprado mis lentes para ver mejor y un día, sin ni siquiera tocarlos, se me cayeron de la cara rotos a la mitad.

Encargada (con la mayor de las arrogancias): No tienen arreglo. Dicen los técnicos que esos lentes de pasta son prácticamente irrompibles, por eso no les damos garantía.

Yo: (Ah, pero cuando vine a pagarlos solo me hablaron de lo bien que me quedaban). ¡Pero precisamente la inversión que hice en ellos fue porque se supone que son buenos y Ustedes me tienen que dar garantía de cualquier cosa que yo compre aquí! ¡Si hubiera sabido compro cualquier disparate más barato!

Encargada: Bueno, le puedo dar un descuento si compra otros que nos quedan del mismo modelo.

Yo: (Yo no quiero comprar otros, quiero que me arreglen los míos o que Ustedes se hagan responsables y me los cambien por otros). ¿O sea que para que ustedes me respondan por la mala calidad de sus productos tengo que mandarles una intimación?

Encargada: Mmm… Haga lo que Usted entienda.

Se cierra el telón.

Se abre el telón nuevamente. Aparecen dos clientas caminando en los pasillos de uno de los supermercados de la Lincoln (una señora que no conozco y yo).

Señora: ¡Ay Dios!, ¿Cuáles serán los Corn Flakes que tienen azúcar?

Yo: Déjeme ver Doña. Ah mire, éstos.

Señora: (Los mira y los mira)… ¿?… ¿?

Yo: Sí, mire, dice “sweetened”.

Señora: Ay es que estos productos están todos en inglés, imagínate…

Se cierra el telón.

¡¿Cómo se llama la obra?!: La ley de protección a los derechos del consumidor y usuario violada en su máxima expresión. Sí, una historia de terror para los consumidores en la República Dominicana, en la que los proveedores hacen lo que les da la gana.

Estas son historias que tomé como ejemplo porque fueron situaciones que viví directamente y puedo dar fe de que ocurrieron así tal cual. Pero mi objetivo es, -igual que cuando conté la historia de Tricom y del Departamento de Pasaportes-, recordar la importancia de la ley de protección a los derechos del consumidor o usuario, No. 358-05.

Esta es una ley en vigencia desde el 2008, que tiene como guardián a Proconsumidor (ubicada en la Charles Summer, casi frente a Price Smart) y no solo beneficia a las personas físicas, sino también a las compañías cuando actúan como consumidoras… ¡Sí, en algún momento de nuestras vidas, todos y cada uno de nosotros somos consumidores!

Por eso, su cumplimiento debe ser exigido por cada ciudadano, simplemente porque ello provocará que haya mayor calidad en los servicios y los productos que adquirimos, y en consecuencia, mayor seguridad jurídica en el mercado dominicano. Consumidores mejor servidos, consumidores que más adquieren. Piénsenlo, ¡Todos salimos ganando!

Deja un comentario