«Esa noche en mi habitación rentada, mientras dejaba que el agua caliente corriera sobre la lata de frijoles y cerdo que tenía en el fregadero, abrí el libro de Mencken titulado «Un libro de prejuicios» y comencé a leer. Estaba impactado y sorprendido por el estilo, esas oraciones generales, claras, limpias. ¿Por qué ese hombre escribía así? ¿Cómo uno podía escribir de esa manera? Me imaginé a ese hombre como un demonio furioso, atacando con su lápiz, consumido por el odio, denunciando todo lo Americano, ensalzando todo lo Europeo, riéndose de las debilidades de las personas, burlándose de Dios y las autoridades.
¿Qué era esto? Me levanté, tratando de adivinar la realidad que se escondía detrás del significado de sus palabras. Sí, este hombre estaba luchando, luchando con palabras. Él estaba utilizando las palabras como armas, usándolas como uno utilizaría un Club. ¿Podían las palabras ser armas?, -me pregunté-, Bueno, pues sí, al parecer sí. ¿Entonces, tal vez, quizás, alguien como yo podía utilizarlas como armas? No. Me estremecí. Continué leyendo y lo que me impresionó no era lo que decía, sino cómo era posible que alguien en este mundo tuviera el valor para decir algo así.
¿Qué mundo tan extraño es este? Terminé el libro con la convicción de que de alguna manera había descubierto algo terriblemente importante en mi vida. Una vez intenté escribir, una vez revelé mis sentimientos, dejé que mi cruda imaginación volara, pero el impulso de soñar fue lentamente derrotado por la experiencia de mi vida. Ahora había surgido de nuevo y estaba hambriento de libros, de nuevas formas de ver y pensar. No era una cuestión de creer o no creer en lo que leía, sino de sentir algo nuevo, de ser afectado por algo que hiciera el aspecto del mundo diferente.» (Extracto del libro Chico Negro de Richard Wright, 1937. Traducción libre)