Si a nadie se le puede impedir lo que la ley no prohíbe, ¿hay razón para temer? …
Texto: Eduardo Galeano. Foto: Farah Raful
Si a nadie se le puede impedir lo que la ley no prohíbe, ¿hay razón para temer? …
Texto: Eduardo Galeano. Foto: Farah Raful
(Para mis antiguos estudiantes de 7mo. curso del Albergue Infantil de Moca)
Como abogada, constantemente me veo sometida a los chistes (la mayoría de muy mal gusto) de personas que catalogan a los abogados como verdaderas arpías que sólo intentan engañar.
Parte de esa fama viene dada por la actitud de muchos colegas a los que sólo les importa ganar dinero, aún en perjuicio de su propio cliente. Esto es reforzado por la opinión de la parte contraria en un proceso, la que normalmente siempre ve de mala manera al abogado de su contrincante, porque éste es quien da la cara en los tribunales y mesas de negociación.
Sin embargo, se olvida que el abogado es un simple representante de los intereses de su cliente, que, -con ciertas excepciones,- no tiene ningún interés personal en el proceso. Lo único que busca es que el pleito culmine de la mejor manera posible, a favor de aquel que lo contrató.
Por eso, cuando usted se dirija donde su abogado, no lo vea como su enemigo. Al contrario, sea un libro abierto y vaya con la verdad. Esa es la única forma en que él podrá ayudarlo y culminar su caso exitosamente. Y cuando se trate del abogado contrario, no lo juzgue a él, porque simplemente está haciendo su trabajo de la mejor manera posible.
Yo por mi parte, a pesar de todos esos chistecitos que les digo, me siento plenamente feliz con la elección que hice al estudiar Derecho.
Sí, tenemos que cobrar porque de eso vivimos, pero más que eso, es muy satisfactorio saber que colaboramos para que a alguien se le respeten sus derechos y para que la sociedad en que vivimos sea cada vez más justa.
Y créanme, no hay nada mejor que hacer día a día lo que a uno le da felicidad.
«Me gustas. Algunas veces hasta te entiendo. Pero no estoy dispuesta a invertir mis emociones en una máquina» (Bicentennial man)
El otro día mi padre me contó una versión del blackberry en la que su nombre hace referencia a la pesada bola negra que les ataban a los esclavos para que no pudieran escapar. Así, según él, el blackberry es la forma moderna de los jefes de mantener a sus empleados localizables en todo momento y tenerlos siempre atados al trabajo.
En realidad, para los profesionales esta es una herramienta sumamente útil, sin embargo, hoy en día esa atadura ha sobrepasado las dimensiones del trabajo y vemos cómo este celular es utilizado incluso por niños y jóvenes que llegan a tener hasta 300 personas de contacto y cuyos padres se sienten orgullosos, porque aunque su hijo no sabe leer bien o no puede escribir sin faltas ortográficas, ¡es un genio en el uso de este aparato! Y qué decir de los adultos, para quienes esto es lo mejor que se han inventado, porque es el instrumento más eficaz a la hora de cumplir con su deseo de aparentar ser una persona ocupada e importante. ¡Cosas veredes!
Entonces, el verdadero problema moderno que el blackberry trae consigo no es la imposibilidad de escapar del trabajo, sino el no poder tener una vida más allá de él (incluyendo su servicio de facebook, claro está) y dejar de darle importancia al resto del mundo. Imagínense, pasarse todo el tiempo hablando con una persona a través de un aparato y luego, cuando al fin se está junto a ella y se tiene de frente, ¡ignorarla para hablar con otra!
Por ello me pregunto, ¿puede el legislador crear una ley que prohíba el uso de estos aparatos?, ¿es posible que, basándose en el interés de que no perdamos nuestras habilidades de interacción social y concentración, se restrinja el uso de esta tecnología?, ¿se podría alegar al menos falta de seguridad y privacidad de la información que por ahí se envía como lo hicieron en Francia para prohibir el uso de blackberrys a sus funcionarios por temor al espionaje o alegarse que hay información que no puede ser descifrada y por lo tanto se facilitan los actos terroristas, -lo que también desemboca en temor al espionaje-, como ocurrió en los Emiratos Árabes Unidos, India, Líbano, Argelia y Arabia Saudita para prohibir el envío de mensajes y correos por este aparato?
En un país como el nuestro, en el que se supone que la seguridad nacional no está en peligro, estos últimos argumentos serían de difícil aceptación. Sí puede prohibirse su uso mientras se está manejando un vehículo por el riesgo que se crea de tener un accidente de tránsito, digo, ¿quién no ha estado a punto de chocar por estar hablando por el blackberry?, ¿cuántas veces no hemos tenido que tocar bocina al de adelante porque no ve el semáforo por estar pendiente a las actualizaciones de los demás?, ¿a quién, como a mí, lo han chocado porque al de atrás se le olvidó frenar, por estar hablando por su blackberry?
Pero, fuera de su uso cuando se está manejando, hay que reconocer que si bien el Estado tiene la obligación constitucional de tomar medidas para nuestro desarrollo, a la hora de limitar la libertad de utilizar este servicio tecnológico, debe probarse que puede causarnos un daño real que amerita dicha prohibición.
Lo que por ahora nos deja con que la reflexión individual y social es la única solución que puede encontrarse para resolver el mayor problema que trae consigo el blackberry. Somos seres humanos lo suficientemente capaces de poner límites, sin necesidad de una ley que lo haga por nosotros. Basta de hacer sentir a quien tenemos al frente que lo que está pasando en otro lugar es más importante.
Yo voy a ser sincera, utilizo el servicio de blackberry, pero algo que me funciona para evitar caer en sus redes, es apartar la vista de él un momento; al ver que todos alrededor están sumergidos en estos aparatos me siento avergonzada de copiar esa conducta desagradable y no tener la capacidad de interactuar con los demás por preferir interactuar con un aparato. Sí, puede ser muy interesante la conversación que se está teniendo, pero más interesante puede ser la que se deja de tener por no prestarle atención a lo que nos rodea.